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25 de Mayo: reflexiones sobre la deuda externa, la soberanía, la democracia y la identidad nacional

Autor | Mario Rapoport


Conflictos de Interes
El autor no manifiesta conflictos de interés


Palabras Claves
25 de mayo, colonialismo, democracia, desarrollo, desendeudamiento, deuda externa, igualdad, imperialismo, inclusión social, Rapoport, revolución, soberanía



25-05-2015 | La declaración de la subsecretaria para Asuntos del Hemisferio Occidental de los Estados Unidos, Roberta Jacobson, hace poco tiempo, explica implícitamente porque ese país se opone a la política de desendeudamiento argentino: cree necesario eliminar todos los controles sobre la economía con una nueva apertura económica, la desregulación del mercado cambiario y el otorgaminento de facilidades al capital extranjero. En suma, volver a políticas que nos llevaron a endeudarnos sin ton ni son como en el pasado para caer de vuelta en otra crisis como la del 2001. Una economía sin controles como la que nos pide, termina siendo controlada por otros.


La cuestión de la deuda externa, constituye como sabemos uno de los nudos de nuestra historia económica, política y social. La perenne demanda de fondos de la Argentina, surgió de una aparente dificultad para acumular capitales que impulsó a sus gobiernos a suplirlos con endeudamiento, incluso cuando una y otra vez se mostró que tal intención resultaba, a la larga, profundamente gravosa y en ocasiones existían capitales propios. Además, la deuda no se fue construyendo mayormente al compás de nuestras necesidades, sino de la mayor o menor existencia de fondos líquidos en las potencias capitalistas, lo que explica su marcada inestabilidad, modelando el proceso del endeudamiento argentino y sus bruscas oscilaciones.

Los capitales de aquellas potencias se dirigen a la periferia buscando nuevas oportunidades de rentabilidad, ayudados por las políticas mencionadas por Jacobson de apertura, desregulación y estabilidad cambiaria promovidas para asegurar la colocación, movilidad y repago de sus capitales. Si en ocasiones han constituido un factor de crecimiento, por lo general fueron una vía de ganancias fáciles para los acreedores, y de movimientos especulativos, corrupción y escape del ahorro interno, a través de la fuga de esos capitales por las compañías transnacionales y las elites locales asociadas a ellas. Desde la última mitad del siglo XX resultaron, también, una herramienta de disciplinamiento económico por parte de los organismos financieros internacionales, obligando a los deudores a aplicar duras políticas de ajuste para garantizar los compromisos asumidos, y un modo de descargar las crisis sistémicas en los países periféricos.

En ese contexto, el proceso de endeudamiento ha ocasionado más daños que beneficios a nuestro país, bien controlados por esos organismos que no exigen en un principio ningún tipo de control. Lo que tratan de asegurar es que los flujos que ingresan partan de vuelta multiplicados con creces a sus lugares de origen. Asemejan, así, un agujero negro, como los del espacio, que traga a la larga nuestras riquezas.

En los últimos tiempos, con el predominio de las finanzas sobre la actividad productiva en la economía mundial se ha producido lo que Carlos Marichal llama "el dilema […] entre soberanía nacional y globalización financiera" (Página Popular, 8-7-2014) El endeudamiento externo ha ido sacrificando cada vez más la soberanía jurídica de los países deudores a los intereses de los acreedores. Lo que benefició a un nuevo tipo de piratería financiera de forma aparentemente legal promovida por los llamados fondos buitres. Éstos, surgidos del proceso de desregulación del sistema financiero que causó ya varias crisis a nivel regional o mundial, y en especial la última de 2008, realizan un nuevo juego especulativo que les da altos beneficios apoyados en su influencia política sobre los aparatos judiciales donde se resuelven los pleitos de la deuda. Y la solución del mismo no radica en caer en la trampa a la que nos quieren llevar, que afecta seriamente la restructuración de la deuda (y otras futuras restructuraciones en todo el mundo) sino en eliminarlos del escenario económico mundial permitiéndonos recobrar plenamente nuestra soberanía jurídica.

La fuerza de países emergentes como China o los otros BRICS, la creación del Mercosur y la Unasur y el apoyo de una gran mayoría de las Naciones Unidas, es decir de la población mundial, que comienza a comprender, gracias al caso argentino, la necesidad de un profundo cambio en el sistema monetario y financiero internacional, limita los intentos de aquellos sectores, con influencia en los Estados Unidos, para condicionar las políticas económicas de otros países o, incluso, para tratar de boicotear o voltear gobiernos, esta vez mediante golpes económicos o financieros. Desde allí no nos pueden enseñar con el ejemplo porque tienen un déficit fiscal enorme y una gigantesca deuda externa, sólo posible de pagar porque están endeudados en su propia moneda y ésta es, todavía, en el orden mundial, un patrón de cambio aceptado internacionalmente. Del mismo modo que los fondos buitres corren el caballo del comisario con su ventaja judicial, la economía norteamericana cuenta con los dados cargados de la moneda universal.

John Maynard Keynes tiene una frase celebre, "En el largo plazo estamos todos muertos", pero esa frase se refería a una situación coyuntural: resolver problemas de las crisis de los años 1930, evitar que varias generaciones se pierdan para la sociedad como resultado de ella. Sin embargo, por la misma época, Keynes escribe un trabajo más sensible por su contenido, pero que refleja la idea de que el largo plazo existe para las nuevas generaciones, y plantea allí, yendo más allá de la coyuntura, las condiciones estructurales que permitirían superar la crisis, y a esa generación de nietos (o aun de hijos) vivir sin el fantasma de otras catástrofes económicas, aprovechando plenamente el inexorable progreso técnico, que les dará ocupación y bienestar. "Estamos sufriendo precisamente ahora -dice- un fuerte ataque de pesimismo económico […] [pero] es una interpretación extraordinariamente equivocada de lo que nos está sucediendo. Estamos sufriendo no el reumatismo de la vejez sino los dolores crecientes que acompañan a los cambios excesivamente rápidos, el dolor del reajuste de un período económico a otro. El incremento de la eficiencia técnica ha tenido lugar con mayor velocidad que la que desarrollamos para tratar nuestros problemas de absorción del trabajo"(Ensayos de Persuasión). Ello no se debe sólo a este hecho y Keynes lo aclara en otras partes de sus escritos: la desigualdad de ingresos y el predominio de las finanzas sobre la economía, la tan aborrecida "economía casino", acentúan este proceso y es necesario superar esos escollos para restablecer la demanda y, al mismo tiempo prepararse para nuevas funciones que la producción y el conocimiento exigen.

El punto esencial pasa, además de resolver el problema de la deuda y el acoso de los fondos buitre, en encarar propuestas de desarrollo de mediano o largo plazo, que vayan más allá de cualquier horizonte electoral y tiendan a eliminar de una vez por toda los residuos de políticas perimidas y fracasadas, como las del liberalismo económico. Para ello deben trazarse líneas que hagan posible sostener en el tiempo, los pilares de una nueva infraestructura, una industria eficiente y de alto nivel tecnológico, y una permanente política de redistribución progresiva de ingresos. Y en este sentido, los escollos no son sólo externos sino fundamentalmente internos. Ante la falta de capital empresario propio, que prefiere resistir cualquier medida que contribuya al bienestar general o irse del país, el Estado tiene que suplir esa carencia.
La verdadera democracia además de política, y verdaderamente representativa, también tiene un contenido social y económico. Un país que dé oportunidades a todos por igual, brindándoles los mismos instrumentos iniciales para desarrollar sus potencialidades: educación, salud, conocimientos técnicos, principios morales, nociones sobre lo nacional y sobre el mundo. Para ello es preciso que nuestras políticas económicas estimulen la generación del capital interno necesario u obtengan un financiamiento que garantice el crecimiento de las actividades productivas y no la especulación o la fuga de capitales.

Una de las soluciones es una verdadera reforma impositiva, donde los salarios estén considerados no como ganancia sino como ingresos, aunque los altos ingresos deben también pagar. Al mismo tiempo, deben realizar aportes como corresponden aquellos que realmente se benefician con medidas excepcionales como el poder judicial, la renta financiera, la minería, el juego, viviendas o terrenos ociosos, y otros rubros. Así como, deben existir una verdadera progresión y un mayor control para las grandes empresas, que a diferencia de los asalariados tienen la posibilidad de evadir los impuestos y fugarlos a los paraísos fiscales.

La redistribución que esto implicaría no beneficiaría sólo a los sectores menos remunerados, sino también supliría con aporte del capital del Estado las inversiones necesarias que las empresas no hacen. La llamada curva de Laffer que decía que a menores impuestos los capitalistas invertían más, resultó un verdadero cuento y tuvo mucho que ver con la crisis en Estados Unidos. Piketti habla también de aplicar impuestos a los capitales internacionales que son los que produjeron la crisis actual.

En el fondo de la puja con los sectores minoritarios que metieron a la Argentina en el chaleco de fuerza de la deuda, una constante hasta años recientes de nuestra historia que algunos quieren repetir porque se han beneficiado con ello, hay una batalla cultural para que la mayoría de la población adquiera una verdadera conciencia en este sentido.

Todo esto supone crear, además, un tipo de vinculación con el mundo a partir de los intereses de la mayoría, reforzando en primer lugar la identidad nacional, que es lo que nos va a permitir negociar lo que se necesita afuera con una perspectiva diferente a la que nos ofrece nuestro pasado. Poco antes de morir, Samuel Huntington, el autor del "choque de las civilizaciones" decía que la identidad nacional estadounidense estaba en peligro por la creciente presencia en su pais de los latinoamericanos, algo que no resulta por supuesto cierto y ha enriquecido, por el contrario, culturalmente a los Estados Unidos. En nuestro caso, nuestra identidad nacional esta en juego por una razón distinta que no tiene nada que ver con la problemática de Huntington pero es mucho más real. La penetración económica y mediática de las ideas que nos inculcan desde las esferas de poder del país del norte, que es principalmetede carácter de crematístico y extractivo, no un verdadero aporte cultural, es propagada por minorías alienígenas que defienden esos intereses, que por distintos motivos les resultan propios: el endeudamiento externo y la defensa de los fondos buitres, constituye sin duda un resultado de ello.

Los patriotas que tiraron los cajones de té como primera protesta contra las exacciones impositivas de los colonizadores ingleses no se oponían a pagar impuestos para el provecho general sino que protestaban contra las exacciones impositivas que hacía la corona en su beneficio, ahogando a los patriotas en la cárcel de su propia miseria. Ellos se levantaron defendiendo lo propio: en nuestro caso por muchísimos años, lo dice un libro célebre escrito por ingleses, maestros del colonialismo, esta tierra era suya y querían seguir conservándola, de ahí el título del libro "The Land That England Lost", pero no se resignan a perderlas del todo como lo demuestra el pedido de militarizar completamente las islas Malvinas. Washington, a su vez, no da por perdido su dominio sobre este subcontinente, ni mucho menos y sus agentes locales podrían pensar también en emigrar al norte, sino se sienten seguros aquí, aunque Huntington no estaría tan complacido por ello como lo expresa en su libro de 2004 (Who Are We: The Challenges to Americas National Identity). Lo que es cierto es que sin identidad nacional, ni el respeto de la soberanía, la democracia no existe.